Podes salir


Por: Pablo Barabaschi

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La cuarentena nos tiene hartos. Necesitamos trabajar y generar recursos. Necesitamos ver a nuestras familias y abrazarlas sin miedo ni culpa. Además necesitamos gratificarnos un poco, salir con amigos, salir a cenar en familia, visitar a quien uno quiera.

Llegamos al peor escenario, donde se cruzan más de 100 días de encierro con el pico de la pandemia. Entonces estamos hartos del encierro cuando mas necesitamos el encierro.

Es cierto que todos podemos privarnos de algunas necesidades e intereses, pero necesitamos al menos dos cosas 1) saber que ese esfuerzo es por un bien superior. Algo que amerita esos sacrificios y 2) saber que esos sacrificios tienen fecha de caducidad.

Hoy nos cuidamos y guardamos las restricciones sociales porque estamos guardando la salud y la vida. La propia y la de los demás. Pero si no sabemos cuándo va a terminar, empezamos a sentir que morimos en vida. Que nos asfixiamos. Que por evitarnos el contagio estamos entregando aquellas cosas por las que vale la pena seguir respirando.

Si no vemos un horizonte próximo de finalización de este esfuerzo, la ansiedad nos va a “comer la cabeza”.

Así que necesitamos aprender a manejar la tensión entre la certeza que tenemos de que todavía no, y la incertidumbre del “hasta cuándo”.

¿Y cómo hacerlo? Lo primero es reconocer que la vida no fue diseñada por Dios para la supervivencia sino para la trascendencia. Esto significa que necesitamos una causa más grande que la misma vida para movernos hacia un futuro esperanzador. No se trata de despreciar la vida, sino de someterla a algo mejor que solo seguir respirando. Algo que le dé significado a todos nuestros esfuerzos y aún a los sufrimientos que no esperábamos. Y esa vida mejor nos viene de Dios.

Una vida con significado es una vida que se arriesga más de lo que se protege. Es una vida que apuesta más a asumir el riesgo de expresar en el mundo sus virtudes, talentos y singularidad que aspirar a estar seguro en el mundo.

Y esa clase de vida solo se puede expresar cuando sabemos que Dios nos ama y que se ha involucrado en nuestra historia. Que es un Dios presente, cercano y bueno. Es creer eso que dice la Biblia: “Dios está cerca de todos los que le buscan” (Salmo 145:18)

Lo segundo es reconocer que esta clase de vida que Dios te invita a vivir esta siempre orientada hacia afuera. Es una fuerza centrífuga, más que centrípeta.

Dios le da a tu vida tal sentido de plenitud y satisfacción, que te impulsa a salir de vos mismo. Dejas de sentir lástima por vos y empezás a amarte de verdad. Dejas el lugar de víctima para asumir uno de autoridad sobre tus decisiones, sentimientos y deseos.

Dejas de ir por la vida en la postura del miedo o la paranoia, para ir más allá de tus “instintos básicos normales” hacia una mentalidad más amplia que se eleva por encima de esa tendencia natural al propio interés y a la autoprotección.

Una vida impulsada por el miedo te hace sentir siempre que necesitás protegerte a vos mismo de las injusticias del sistema, que si mostrás cualquier vulnerabilidad te van a herir. Que necesitás afirmar tu fuerza y talento para impresionar a los otros. Esta paranoia rápidamente convierte el afecto y la cercanía en frialdad y distancia, la capacidad de comprensión en sospecha y la generosidad en demanda.

Así que necesitamos quedarnos en casa, pero salir del aislamiento emocional. Y para negarte a salir de tu encierro emocional, la cuarentena no es excusa suficiente.

Podes salir cuidando que tus puertas interiores del afecto, la empatía, y la confianza espontánea no se cierren de golpe ante esta amenaza.

Podes salir si te animas a hacer ese llamado. Porque hay alguien esperando tu voz amiga, noble, y sobre todo oportuna.

Podes salir si te animas a abrir los ojos para ver que hay gente que la esta pasando peor, y extender tu mano para ayudar. Si te negás a sacrificar la belleza de la generosidad que te distingue en el altar de la autocompasión.

Podes salir si doblegas tu orgullo y asumís la actitud correcta en tu hogar. Si tenés la suficiente valentía de decir: “Perdón”. “Te amo”. Y sobre todo “te necesito”. Porque expresar tu necesidad es lo que más te conecta con el otro. Y casi siempre, Dios esconde los mejores regalos de la vida en ese otro.

Podes salir de ese estado de amargura y resentimiento en que vivís desde que alguien te lastimó si en lugar de demandar que te retribuyan esa justicia, que sin duda te mereces, elegís otorgar perdón. Porque en esto también es mejor dar que recibir. La justicia de Dios se llama misericordia. Porque si Dios fue bueno con vos y te perdonó. ¿Por qué no animarte a hacerlo?

Podes salir si te animas a vivir por encima de las restricciones del momento sin usarlas como excusa. Si te animas a abrir tu mundo para otros, a compartir tu historia para que otros sean bendecidos. Para que sepan, no tanto que vos sos genial, sino que Dios es bueno. Y ahí encuentren una esperanza real. Sólida.

Podes salir de tu encierro emocional y necesitas hacerlo, porque nada bueno crece en la vida fuera de un ámbito de relaciones significativas. No estamos diseñados para la soledad, sino para las conexiones profundas.

La vida que Jesús ofrece es la antítesis del encierro. Es una vida que no gira hacia uno mismo sino desde uno mismo hacia los demás, porque hemos encontrado en Dios la fuente de la verdadera vida.

Algunas personas se están dando cuenta ahora que el aburrimiento que experimentan viene en realidad de larga data. Y no es de esa clase que se mata con entretenimiento. El entretenimiento funciona como narcótico de la ansiedad y la angustia existencial. Lo que de verdad mata el aburrimiento es el propósito. Vivir con un sentido de trascendencia.

Y esa necesidad de trascendencia que late en tu interior es la que te empuja y te dice que tenés que salir afuera de vos mismo.

Por ahora tenemos que cuidarnos, y sobre todo, cuidar a los otros. Así que quedate en casa. Pero acordate que podes salir.